miércoles, 4 de enero de 2012

Resemantizaciones de viejas palabras.

Nueva era, nuevos conceptos

 Juan J. Paz y Miño Cepeda


América Latina está marcando una época inédita de transformaciones. En varios países de la región se viven procesos revolucionarios, diferentes a los del pasado, pues se desarrollan en el marco de la democracia representativa.
Los gobiernos de Bolivia, Ecuador y Venezuela asumen, además, la construcción de un nuevo socialismo.
Esta época de transiciones provoca una serie de contradicciones, reacciones y definiciones, que van desde la derecha hasta la izquierda. Y en estas condiciones, la propia teoría política tradicional ha entrado en crisis. Los liderazgos personales en los países de transición revolucionaria, como ocurre en Bolivia, Ecuador y Venezuela, son cuestionados desde diversos frentes de lucha ideológica. Hay quienes colocan a sus gobernantes al mismo nivel de cualquier dictador latinoamericano del pasado, e incluso no faltan los calificativos de “autoritarismo” y hasta “fascismo ”. Las acciones de gobierno son consideradas “populistas ”, incluyendo la conducción económica.
En última instancia, viejos conceptos de la teoría política continúan aplicándose. Y el resultado de ello apunta a subvalorar los cambios que ocurren en América Latina, a denigrar a los gobernantes que lideran sus transformaciones y a menospreciar la participación directa y la movilización populares, incluso descalificándolas como “democracia plebiscitaria”.
La relación entre democracia, revolución y liderazgo político debiera sujetarse a nuevas perspectivas de análisis, porque la manipulación de viejos conceptos es un atributo de las derechas para combatir la era de los cambios en América Latina. Términos como populismo, revolución, democracia o liderazgo personal merecen ser confrontados con los procesos históricos contemporáneos, que no se ajustan a los esquemas del pasado, sino que exigen nuevos conceptos para entenderlos.
Aportes significativos al tema se dieron en el marco del VI Foro Internacional de Filosofía realizado recientemente en Venezuela. Uno de ellos fue el de Enrique Dussel, reconocido filósofo latinoamericanista, quien cuestiona, entre otros asuntos, la incapacidad de la izquierda para comprender que el liderazgo político actual en países como Bolivia, Ecuador y Venezuela no se contrapone a la democracia participativa, sino que es una función complementaria a ella. Para Dussel, se trata de liderazgos investidos por el pueblo para un orden nuevo, que incluso se presentan como necesarios en un período de transición.

Sexting, Bunga-Bunga, indignados; Las palabras que marcaron el 2011

Sexting, Bunga-Bunga, indignados; Las palabras que marcaron el 2011

Dinamismo léxico.


Palabras malsonantes; más sobre la herencia greco-latina

Por Paco Fernández, Director del SIL (Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua) UNSa.

martes 03 de enero de 2012 Opinión



Es destacable cómo cambia el sentido de algunas palabras dando lugar a otras, sobre todo cuando constituye frases.

La evolución se dio a lo largo de un tiempo indeterminado, no solo en el castellano, sino también en otros idiomas.

Una asidua lectora me pidió que escribiera sobre las llamadas “malas palabras”. Con gusto lo hubiera hecho si no fuera porque el 8 de febrero pasado dediqué al tema el artículo completo, basándome en la autoridad del recordado humorista, el Negro Fontanarrosa. Por ello la invito a consultar la página 15 de El Tribuno, de esa fecha. De todos modos, al tratarse de una fiel seguidora de estas líneas, el amigo Yerba y yo le dedicamos (mas también a todos los lectores) el dibujo de hoy, relacionado con el tema que a ella le interesa. Hoy continuaré con otras consideraciones sobre los orígenes de las palabras, comenzadas en el artículo anterior. Por ello ilustraré, con otros ejemplos, respecto del significado y procedencia de algunas voces provenientes de las lenguas clásicas.

Pimiento y pigmento

Tomando el diccionario al azar, encuentro el término “pimiento”, una de las sustancias que se encarga de sazonar nuestras comidas. Procede del latín “pigmentum” cuyos significados son: “color para la pintura; afeite; jugo de yerbas con que se componen colores; ornato o adorno”, pero, asimismo, “color, engaño, fraude”. Ha llegado a nuestra lengua por dos vías: la culta (procedente del latín culto), que nos ha provisto la opción “pigmento”. Esta forma pasó al castellano casi sin cambio alguno: solo castellanizó la terminación “um” en “o”. Por su parte, por la vía popular, tal como se caracteriza la evolución en esta vía de transmisión de palabras, hubo una mutación mayor, aunque en este caso bastante sencilla, puesto que perdió la “g” (la cual, en una pronunciación espontánea, se suaviza o hasta desaparece) y luego la “e” se convirtió en el diptongo “ie”. Al decir del DRAE, la voz latina apunta a una “materia colorante que se usa en la pintura”, concordando con el sentido del étimo latino. De ella derivan “pigmentación”, “pigmentar” y otras. Pero también, “pimentón”, “pimentero”, “pimentonero” y “pimienta”, lo que muestra que ambas raíces, tanto la popular como la culta, han generado derivaciones. “Pimentón” hace referencia al polvo que se obtiene moliendo pimientos encarnados secos. “Pimentero” es la planta que produce la pimienta. “Pimentonero” es el vendedor de pimentón; también, un pájaro de Castilla que, seguramente, se alimenta del fruto. Es destacable cómo se desplaza el sentido de algunas de estas palabras, dando lugar a otras, sobre todo cuando constituye frases: “me importa un comino”, “me importa un pimiento”; o bien, “no vale un comino”, refiriéndose a algo que carece de valor. En Cuba, el adjetivo “pimientoso” significa divertido o alegre. “Comer pimienta” se refiere a enojarse o picarse. “Ser alguien como una pimienta” se relaciona con que la persona es muy viva, emprendedora y sagaz. Es importante destacar que estos y otros sentidos, que pueden encontrarse en el habla y en la escritura, están ligados, al menos de algún modo, a los significados de la palabra latina. Por ejemplo, en latín clásico, para definir a alguien muy adornado y arreglado, se decía “pigmentatus”, lo cual correspondería a nuestra forma dialectal popular “pintarrajeado”.

Oreja y auricular

Ambas son palabras nacidas de otra latina que, como dije más arriba, ha llegado a nuestra lengua por doble vía: culta y popular. La que tenían los latinos para designar el aparato exterior humano que sirve para escuchar era “auris” y, para el oído, “áuditus” (que en el latín vulgar se convirtió en “audítus”, cambiando el acento). Pero veamos cómo pasó al español la primera. El diminutivo del latín culto “auris” era “aurícula” y “orícula”, de la cual se generó la nuestra. En efecto, en el latín vulgar se eligió el diminutivo latino para designarla normalmente y, por otra parte, tuvieron que inventar otra para el diminutivo. Testimonio de ello es “orejita”, derivado de una forma diminutiva desconocida, del latín vulgar. Entonces, la gente común hizo evolucionar el vocablo “orícula” convirtiendo esta palabra en “oricla”, luego en “orecla”, finalizando en la que hoy usamos. Esta evolución se dio a lo largo de un tiempo indeterminado, no solo en el castellano, sino también en otros idiomas romances. En el francés terminó como “oreille”; en italiano, como “orecchia”; en catalán, como “orella” y en portugués, como “ouvido”, partiendo, en este caso, de “audítus” y no de “aurícula”. Sin embargo, paralelamente palabras cultas tuvieron su procedencia de las latinas cultas “auris” y “aurícula”, como “auricular”. A su vez, “audítus”, popularmente produjo “oído”, pero por la vía culta aparecieron, “audición”, “auditor”, “auditar”, “auditoría”, “auditivo”, “auditórium” o “auditorio”, “audiencia”, “audible”, “audibilidad”; como también las compuestas “audífono”, “audiometría”, “audiovisual”, “audiofrecuencia”, “audiograma”, “audiofrecuencia”, “audiometría”, y otras.

Oro y aureola

Por fin, para redondear estos ejemplos e ilustrar un poco más sobre el procedimiento de provisión verbal de parte del latín a nuestra lengua, tenemos “aurum”, cuyo significado es “oro” (por lo general, las terminaciones latinas en “au” fueron al castellano en “o”); prácticamente esta palabra es la única que provino por la vía popular. En cambio, por la vía culta se contabilizan varias: “áureo”, “aurífero”, “áurico” y “aureola”. Es preciso aclarar que esta última proviene de la latina “auréola”, que significa “dorada”, pero, también, que deriva originalmente de “aurum” y, de esta, “áureus”, adjetivo que quiere decir “de oro, parecido al oro, adornado de oro, de color de oro, hermoso, excelente, exquisito, de la edad de oro, puro”. Otra palabra derivada de “auris” es el adjetivo poético “aurívoro”. Literalmente significa el que devora el oro, pero, en realidad, es el codicioso por el oro. Asimismo, designaba a una moneda de oro de la época del Imperio Romano, aunque también lo hizo en nuestra Era, desde la órbita del latín vulgar.

De esta manera, podemos comprobar, aunque sea con un par de ejemplos sucintamente, uno de los tantos procedimientos lingísticos de los que se valió la lengua en el proceso de transformación, al menos en el aspecto léxico o del vocabulario, con el cual se generaron nuevas palabras en el idioma naciente, permitiendo que realizara el gran cambio hacia un naciente idioma.
 

¿POLITICAMENTE CORRECTO'

España / Análisis
¿Violencia de género o doméstica?
Si la inquisición de lo políticamente correcto sigue su ritmo actual, llegará un momento en que se nos prohibirá mencionar la palabra aborto
MANUEL CASADO VELARDE
Día 29/12/2011

Un nuevo y doloroso caso de asesinato de una mujer a manos de su pareja, un varón de 71 años, con el correspondiente comunicado del Ministerio de Sanidad e Igualdad, ha puesto sobre el tapete el debate sobre el nombre que debe darse a estos crímenes: violencia machista, violencia sexista, violencia de género, violencia doméstica o en el entorno familiar, violencia sobre la mujer, etc. Se comprueba una vez más que las palabras no son algo indiferente: las palabras importan. Y mucho.

Cuando el año 2004 se discutía lo que luego sería la Ley orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de protección integral contra la violencia de género (BOE 29.12.2004), la Real Academia Española, tan poco dada a terciar en polémicas, se pronunció, por razones estrictamente idiomáticas, en contra de la expresión violencia de género, proponiendo sustituirla por violencia doméstica o por razón de sexo. En efecto, el novedoso empleo de la palabra género, calcado del inglés, contravenía los usos lingüísticos del español. La Academia apelaba a la corrección idiomática, al uso común que hace la gente de la lengua: la palabra género, como todo el mundo sabe, hace referencia al género gramatical, o sea, al masculino y femenino. Pero he aquí que tropezaba con otro tipo de «corrección», al parecer más poderoso: la corrección política, la nueva ortodoxia que dicta lo que es políticamente correcto. Y los anatemas de los guardianes de la nueva ortodoxia no se han hecho esperar, empezando por la anterior ministra del ramo, Leyre Pajín, que ha instado a Ana Mato a que deje de decir «violencia en el entorno familiar» y emplee «violencia de género», como manda la ley.

Se comprueba que el debate, que parecía concluido con la publicación de la ley, no se cerró en firme. Y es que el término «género» es deudor de una determinada ideología. Y es en el marco de ese sistema ideológico donde adquiere su significado. Es sabido que, en ese sistema, la palabra género ha dejado de significar lo que significaba en español (y antes también en inglés gender), es decir, género gramatical, para pasar a designar un constructo cultural desvinculado del sexo, esto es, de lo bio-psicológico, nuevo campo donde se libran ahora las batallas dialécticas de opresores y oprimidos, de desigualdad y dominio.

A los efectos que pretende la citada ideología, la elección de la palabra género no puede ser más acertada, pues designa algo que se pretende que sea solo cultural, convencional, arbitrario incluso: decimos, por ejemplo, que mano tiene género femenino, que pie es masculino, que rana (para referirnos a ambos sexos) es femenino y que sapo (también para los dos sexos) es masculino, etc. Lo cual viene a concordar con el núcleo del sistema ideológico, que afirma que la identidad de género (léase sexual) de las personas es algo cultural, independiente de la biología o de la psicología. Con palabras de Simone de Beauvoir: «La mujer no nace; se hace». Se puede ser hombre con cuerpo femenino, y al revés, según Judi Butler, una representante del feminismo radical. Si ser hombre o mujer se considera algo meramente cultural, emancipado de la biología, el término género (que tiene, como digo, carácter cultural) es preferible a sexo.

El nuevo concepto ha hecho fortuna en el lenguaje políticamente correcto de amplios círculos intelectuales de Occidente. Se cree que, con la corrección política, se erradicarán las actitudes que se consideran nocivas, por el simple hecho de reemplazar palabras de uso corriente con neologismos de nuevo cuño. Esta corriente de lo políticamente correcto presupone la idea de que, si cambiamos el lenguaje que algunas minorías consideran discriminatorio, cambiará la realidad. «Cambiemos las palabras, y cambiarán las cosas pasaría a ser el lema filosófico-político de muchos que, hasta no hace tanto, seguían la convicción de que, revolucionando la estructura económica, se modificaría en consecuencia el arte, el derecho, la mentalidad de la gente, en suma, la «superestructura». De esta nueva conciencia, o concienciación, se seguiría la corrección de la realidad» (J. A. Martínez).

Por otra parte, el método de la corrección política, como ha escrito con agudeza el catedrático de la Universidad de Oviedo J. A. Martínez, consiste en sustituir términos de la lengua común «por denominaciones de nuevo cuño, inéditas, ideadas en los gabinetes del lenguaje políticamente correcto».

Si la inquisición de lo políticamente correcto sigue su ritmo actual, llegará un momento, que no parece ya lejano, en que se nos prohibirá mencionar la palabra aborto, pues la ley lo que regula es la interrupción voluntaria del embarazo (Ley orgánica de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo) o eutanasia (Andalucía cuenta ya con su Ley 2/2010, llamada «de muerte digna»), por poner solo dos ejemplos, relativos al comienzo y final de la vida humana.

MANUEL CASADO ES CATEDRÁTICO DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA