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domingo, 14 de agosto de 2011

GÉNERO INCLUSIVO


09/09/2010 El género inclusivo en español es el masculino
Cristian Fallas Alvarado, Fundé u
En varios sitios se habla mucho sobre el uso del lenguaje inclusivo, específicamente sobre su utilidad y justificación. Supuestamente, con ese uso se evita la discriminación de la que son objeto las mujeres en algunas ocasiones. Según esto, en una oración como Se invitó a todos los abogados se emplea un lenguaje exclusivo y se deja por fuera a las abogadas. Con respecto a este tema, se explican a continuación algunas consideraciones reduciendo a lo esencial la terminología gramatical.

La lengua española dispone de dos géneros principales: femenino y masculino (Es común que las niñas usen faldas y que los niños usen pantalones), pero el segundo puede englobar también al primero, como en la oración Los niños pequeños son muy indefensos. En este último caso se hace referencia a mujeres y varones.

Quienes defienden el uso inclusivo arguyen que el género masculino es excluyente. Sin embargo, si esto se analiza detenidamente, se comprueba lo contrario. La oración Los niños pequeños son muy indefensos se refiere a mujeres y varones; en cambio, Las niñas pequeñas son muy indefensas solo puede referirse a mujeres y, por tanto, quedan excluidos los varones. Como se puede ver, el masculino es el género inclusivo, y el femenino, el exclusivo. De acuerdo con lo anterior, en gramática se habla de género marcado (femenino) y género no marcado (masculino).

Precisamente por tener el español un género no marcado (o inclusivo), que coincide con el masculino, es este el que se emplea de manera general para abarcar lo femenino junto con lo masculino, excepto en algunos pocos casos como brujos o monjes, que no abarcan a las brujas y a las monjas, respectivamente. Por esta razón se puede hablar de una reunión de padres de familia y no se excluye a las madres por emplearse el sustantivo padres; también se puede hablar de una asamblea de profesores y se entiende que se reunieron las mujeres docentes y los varones docentes. Igualmente, si se habla del cuidado de los gatos, no se excluye la posibilidad de cuidar gatas; ni se excluye a una filóloga cuando alguien dice que requiere la opinión de un filólogo. No parece útil, ni justificado, ni mucho menos necesario recurrir al desdoblamiento: una reunión de madres y padres de familia, una asamblea de profesoras y profesores, el cuidado de las gatas y los gatos, la opinión de una filóloga o un filólogo.

Hay casos en los que el desdoblamiento es prácticamente imposible, como en Ella y él están casados o Es normal equivocarse: somos humanos. En el primer caso se emplea casados porque se hace referencia al femenino (ella) junto con el masculino (él), y en el segundo se emplea humanos porque se requiere el género no marcado para abarcar a mujeres y varones. Lo mismo ocurre si alguien dice Todos nosotros estamos equivocados. El género no marcado representa la concordancia por defecto (nótese, por ejemplo, la concordancia de los adjetivos con las oraciones que funcionan como sujeto: Es necesario dormir unas ocho horas). No se espera que nadie, para evitar una supuesta discriminación, recurra a circunloquios como estos, que hasta pueden cambiar un poco la interpretación: Ella está casada con él, y él está casado con ella; Es normal equivocarse: somos humanas y humanos o Todas nosotras y todos nosotros estamos equivocadas y equivocados.

Se han utilizado algunas fórmulas coordinadas, como las costarricenses y los costarricenses, e incluso se han coordinado solamente los artículos definidos, que, por ser elementos átonos, no aceptan originalmente tal tipo de enlace: las y los costarricenses. No obstante, esta «solución» tampoco es regular ni coherente; por ello se encuentran ejemplos en los que el desdoblamiento es parcial, como en las y los costarricenses serán convocados. En este caso se usa convocados en vez de Las y los costarricenses serán convocadas y convocados, lo cual demuestra la imposibilidad de su empleo general.

Además de las fórmulas citadas, se han empleado otros recursos aún menos justificados, como los paréntesis: estimado(a)(s) compañero(a)(s), los cuales imposibilitan la lectura; o la arroba, que ni siquiera es una letra, sino un símbolo, por lo cual tampoco podría leerse: estimad@s compañer@s.

Como se puede comprobar, el uso del género no marcado permite cumplir con el principio básico de economía y, además, se gana mucho desde el punto de vista estilístico sin caer en ningún tipo de discriminación. Consecuentemente, se evita una gran cantidad de repeticiones que cansan al lector o al oyente y que casi nunca aportan nada relevante.

De todos modos, siempre debe tenerse en cuenta que la discriminación es un hecho primordialmente social. Si en un centro educativo, por ejemplo, se convoca a una reunión de profesores y no se admite la presencia de alguna mujer docente, es evidente que el problema no es lingüístico. La lengua no discrimina. Por lo tanto, conviene dejar claro que, en la vida cotidiana, las mujeres no son discriminadas porque el género no marcado coincida con el masculino, ni tampoco este aspecto lingüístico promueve la discriminación.

Algo parecido ocurre con la oposición de número: singular y plural. El primero puede emplearse con el valor del segundo. También tendría, pues, un valor genérico, incluso si se emplea el artículo definido. Si se habla de la importancia de la mujer en la sociedad, no se habla de una mujer específica y se excluye a todas las demás, sino que el singular la mujer abarca a todas las mujeres. Tampoco hay discriminación al decir El gato es un animal doméstico. El singular de género no marcado el gato abarca a las hembras y los machos. Lo mismo ocurre con el conocidísimo uso de hombre en casos como Se dice que el hombre es superior al animal, donde equivale a los hombres y, además, engloba a mujeres y varones. Muy distinta es la interpretación de hombre en la oración El hombre debe apoyar a la mujer, en la cual es evidente el uso de hombre como sinónimo de varón. En estos casos, el contexto aclara la interpretación. De igual forma, en la recomendación Alimente a su hijo con leche materna, se entiende que su hijo puede referirse a una mujer o a un varón, pero también puede referirse a varios hijos.

Hay construcciones gramaticales que también se emplean con este valor genérico o inespecífico, como Aquí hay que estar callado; Es muy peligroso conducir ebrio o Cuando se está acompañado, la tristeza se sobrelleva mejor. En las tres construcciones se emplean formas no marcadas: callado, ebrio y acompañado, y en ningún caso se podría pensar que se excluye a las mujeres. Se entiende perfectamente la referencia general a cualquier persona. Aplicar tal razonamiento estaría tan poco justificado como pensar que se excluye a la primera persona o a la segunda al decir Aquí hay que callarse o Cuando se está demasiado satisfecho consigo mismo, se puede caer en el conformismo.

Lo anterior puede relacionarse con dos palabras que sirven para excluir o incluir grupos: los adverbios solamente y también. El primero sirve para excluir elementos de otros posibles, y el segundo sirve para incluir elementos junto con otros. En Comimos solamente arroz se excluyen otros alimentos posibles, como frijoles, carne, verduras, etc.; en Comimos también arroz se incluye el arroz en el conjunto de alimentos que comimos (se supone que comimos otros más, como frijoles, carne, verduras, etc.).

Nótese la interpretación de esos adverbios en estas dos oraciones: En este colegio solamente se admiten filósofos; En este colegio también se admiten filósofos. En la primera oración se excluye a los médicos, abogados, contadores, etc.; y en la otra se incluye a los filósofos en un grupo más amplio, que puede abarcar médicos, abogados, contadores, etc. En ningún caso los adverbios mencionados motivan la oposición femenino/masculino: filósofas/filósofos. Si alguien dice En este colegio solamente se admiten filósofos, no se espera la pregunta ¿No se admiten filósofas?; en cambio, sí es posible que alguien pregunte ¿No se admiten ni médicos ni abogados? Los grupos posibles incluidos o excluidos mediante tales adverbios están relacionados con las profesiones, no con las mujeres y los varones. De nuevo, el usuario de la lengua no considera que haya discriminación de las mujeres en estos casos porque, ciertamente, no hay tal discriminación.

Ahora bien, puede decirse que, en caso de que sea verdaderamente relevante la oposición femenino/masculino, es totalmente aceptable el desdoblamiento, como en Tengo hermanos y hermanas, pero también se pueden usar otras soluciones, como elementos explicativos del tipo hombres y mujeres, el uso de colectivos (alumnado, profesorado, etc.) y otras semejantes si con ello se evita alguna ambigüedad o simplemente se logra mayor claridad por falta de elementos extralingüísticos o contextuales: Nuestros funcionarios, tanto hombres como mujeres, usan el mismo tipo de uniforme. Excepto en estos pocos casos, el desdoblamiento resulta innecesario e injustificado.

Finalmente, cabe agregar que en las secciones 2.1-2.2 de la Nueva gramática de la lengua española se apoya el análisis explicado en este artículo, y también coinciden en ello los párrafos relativos al género gramatical incluidos en la versión manual y la próxima versión básica de esa obra. 

GÉNERO


03/12/2009  Las «miembras» y el lenguaje sexista
Paula Corroto, Públ ico
El 9 de junio de 2008, la ministra de Igualdad, Bibiana Aido, hizo tronar la tormenta cuando en una Comisión del Congreso de los Diputados utilizó el término «miembras» para dirigirse a las mujeres que se encontraban en la sala. La borrasca fue mediática, política, social e, incluso, académica. Para algunas, aquello resultó un guiño a su reinvindicación del uso de un lenguaje no sexista. Para otros fue simplemente una provocación. En cualquier caso, más allá de la anécdota, originó un debate que aún late: ¿es necesario perseguir el uso, para algunos excesivo, del género masculino en el lenguaje? En una sociedad en la que la mujer ya ha alcanzado un espacio público impensable hace décadas, ¿sigue siendo un arma que invisibiliza al sexo femenino?

El filósofo y lingüista austríaco Ludwig von Wittgenstein manifestó en 1921 que «los límites del lenguaje son los límites del pensamiento. A través del lenguaje nombramos la realidad, la interpretamos y la creamos simbólicamente». A partir de esta teoría, la lingüista y autora del libro El arte del buen hablar, Pilar Careaga, sostiene que el debate debería comenzar destronando el concepto de lenguaje sexista para emplear el de uso lingüístico. «Es imposible que una persona se exprese de forma contraria a como ve el mundo. De ahí surgen los usos lingüísticos, como puede ser el infantil, el jurídico, el policial o el grosero. Por eso lo que hay que combatir es un uso sexista del lenguaje que, en realidad, parte del androcentrismo que hay en la sociedad y que hace que se consolide». Por eso, ella se manifiesta en contra de los que matizan que la etimología del castellano pueda configurarse como sexista al tener vocablos como «padres» que designan a los dos sexos. «Es cierto que en inglés tenemos parents, pero ellos también tienen fireman (bombero) y no firewoman(bombera). El español no es más sexista que otros lenguajes», reconoce.

Desde un ámbito más social, Marisa Soleto, directora de la Fundación Mujeres, entiende que al reinvidicar la lucha contra este uso del lenguaje lo que se hace es «llamar a las cosas por su nombre y dar visibilidad a una realidad que existe».

Androcentrismo por igualdad
El lenguaje debe hacer constar una realidad, cambiar el androcentrismo por igualdad. Pero, ¿cómo? ¿Es necesario hablar de «miembras» o de «jóvenas», como han hecho las diputadas Carmen Romero y Elena Valenciano, o eso es una metedura de pata? En la Academia de la Lengua hay diversas posturas. Desde las más descalificadoras de Gregorio Salvador, que tildó a Bibiana Aído de «defensora de todas esas mandangas, de esa confusión de sexo y género», hasta la de Salvador Gutiérrez, que mantiene que cierta feminización de términos hoy incorrecta «puede que en un futuro sí se generalice. La lengua es un organismo que cambia».

Eso es precisamente lo que ha ocurrido con muchas profesiones. Hace años no se hablaba ni de abogadas, ni de médicas, ni de juezas. «Pero la sociedad cambió y empezamos a nombrarlas. Y hoy no nos suenan raro. El lenguaje se consolida en la calle y eso puede pasar con miembra», admiteCareaga, quien insiste que con respecto a la a y la o no hay una cuestión de género detrás, sino de etimología: «Igual que águila es masculino o las palabras acabadas en el sufijo - ista engloban a los dos».

En cuanto a la utilización de los dobles vocablos los vascos y las vascas, que decía el lehendakari Juan José Ibarretxe,Antonio García, coordinador de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (AHIGE), cree que sería mejor una utilización de conceptos neutros como alumnado, profesorado o ciudadanía. «Sería también una mayor economía del lenguaje».

¿Qué hay en la práctica de toda la teoría? García señala que «a los hombres todavía les cuesta entender qué es esto del lenguaje sexista. Nosotros hacemos muchas charlas y les decimos que intenten hablar siempre en femenino. Cuando lo hacen, se sienten molestos porque se ven excluidos. Y nosotros les decimos que eso es lo que sienten las mujeres».

Pilar Careaga ve más preocupante la actitud de las jóvenes. «Creen que con ponerse minifalda y salir por la noche ya han conseguido la igualdad, pero ya verán cuando vayan a un trabajo y vean que las posiciones de poder las ocupan los hombres. En realidad, la lucha contra estos usos lingüísticos no deja de ser una lucha por cambiar determinados comportamientos».

La batalla viene de largo y para Marisa Soleto «aún queda mucho por ganar». La primera vez que se habló de lenguaje sexista fue en la I Conferencia de la Mujer, celebrada en 1975 en México D.F. Soleto entiende que desde entonces aún «lo masculino lo nombra todo. Se ve en el lenguaje administrativo, de gestión y de los medios».

Pilar Careaga, además, advierte de un giro peligroso: «Desde hace unos cinco años ha crecido la burla hacia el debate del lenguaje. Son resistencias de comandos sexistas que no están dispuestos a dejar pasar nada y, sobre todo, a perder el espacio que tienen».