jueves, 21 de julio de 2011


EL RUNRÚN
Nempimanía vintage
Tanta obsesión por el ahorro no puede ser buena, por más crítica que sea la situación económica actual
Artículos | 18/07/2011

MÀRIUS SERRA
Escritor y enigmista
Leo en diversos medios una de esas palabras nuevas de origen japonés que demuestran, de un modo lento pero constante, la penetración cultural nipona. Neologismos adoptados por todos como karaoke, hikikomori o sudoku, dignos sucesores de una primera ronda de préstamos que podríamos ejemplificar con geisha, kamikaze y samurai. Las palabras son signos de los tiempos. El trío más antiguo rezuma épica. El más nuevo, trivialidad. Por eso, al topar con la nempimanía he corrido a documentarme sobre su origen. De entrada, salta a la vista que es una palabra híbrida, digna del universo transversal que Haruki Murakami ha construido con sus obras. Nempimania es una palabra compuesta con una primera parte oriental y una segunda occidental. Nempi es una contracción de lo que podríamos transcribir en alfabeto latino como nenryoshohiryo (economía de gasolina), mientras que mania es un vocablo muy usado en patologías diversas: cleptomanía, dipsomanía, megalomanía, melomanía, monomanía, ninfomanía, piromanía, toxicomanía... Proviene del griego y designa la locura. Con estos precedentes, no nos ha de extrañar que la nempimanía sea definida como la obsesión enfermiza por conseguir ahorrar el máximo de combustible cuando se conduce un automóvil híbrido. Leo que los campeones de la nempimanía son los propietarios de Toyota Prius y otros modelos de automóvil que funcionan con una mezcla de combustible fósil y electricidad. El otro día conocí a un nempimaníaco conspicuo, que incluso había triunfado en una carrera en la que ganaba quien corría la mayor distancia posible con un mínimo de combustible, como en aquellas competiciones entre fumadores de pipa que gana quien la hace durar más con el mismo tabaco. Los trucos son diversos: evitar los acelerones, calcular los semáforos para no tener que frenar, conducir descalzo para tener más tacto o la maniobra conocida como pulse & glide, que consiste en tomar velocidad (pulse) y luego vivir de la inercia con el motor técnicamente apagado (glide).
Tanta obsesión por el ahorro no puede ser buena, por más crítica que sea la situación económica actual. Claro que esta vez los japoneses tampoco han inventado nada. Recuerdo con claridad a mi padre durante la crisis del petróleo al principio de los setenta, practicando una especie de pulse & glide doméstico con su Seat 1430. Tras años de comerciar con carbón, ejercía de viajante de cal y cemento. Siempre que podía, yo le acompañaba a visitar clientes y él aprovechaba para explicarme que la vida estaba muy cara y que había que ahorrar gasolina. Por eso, cada vez que pasábamos por una gasolinera sacaba una libretita de la guantera y anotaba los kilómetros que llevábamos, los litros que repostábamos y el dinero que nos costaba. Con esos datos y diversas reglas de tres, mi padre calculaba el consumo de gasolina por cada cien kilómetros, y yo siempre le pedía que por qué cien y no ochenta o ciento diez. Al final, el hombre maquillaba los datos de consumo más escandalosos con la excusa que había conducido mucho por ciudad o por autopista, que eran las dos variables que incitaban más al consumo: ir despacio o muy deprisa. Mi padre abandonó su técnica innominada de pulse & glide el día que el freno se le sobrecargó de tanto circular con el motor apagado por las Costas del Garraf y estuvimos a punto de caer por el precipicio. Allí se acabó el ahorro y la, ahora ya sé cómo llamarle, incipiente nempimanía de mi padre. Recuerdo cómo remató el asunto: "A veces, hijo mío, comprar barato te puede salir muy caro".
FUENTE: lavanguardia.com

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